El mundo de los
muertos empezaba a sentirse familiar. Artemisa y Abdiel caminaban tomados de la
mano, un poco por seguridad; pero sobre todo porque al reencontrarse se habían
vinculado de nuevo al sentimiento de amor. Una extraña sombra que cruzó frente
de ellos, interrumpió su tranquilidad.
–
¿Quién eres? – preguntó Abdiel con insistencia.
Sin embargo, ninguna voz respondió.
La sombra se hacía más presente. La imagen de un hombre se dibujaba con más
claridad. Artemisa apretó la mano de Abdiel por instinto. La muerte no le hacía
perder el miedo y se colocó un poco detrás de Abdiel. La cercanía de aquel
sujeto los mantuvo inmóviles hasta que se hizo presente en su totalidad.
–
¿Pedro? – cuestionó Abdiel un poco aliviado.
Pedro Fresno era el mejor amigo de
Abdiel desde la infancia. Era hijo de Don Rogelio, otra de las víctimas del
virus Ignotum. Además, había sido el primero al que Abdiel había confiado la
aparición de Alceo y la misión que tenían que cumplir. Se había unido sin
dudarlo, tenía tantos deseos como su amigo de descubrir el misterio de la
muerte de los empresarios.
Para Artemisa la experiencia del
encuentro fue diferente. Aún albergaba la culpa de ser la culpable de su
muerte; sobre todo, porque Pedro fue el único del grupo que no había
manifestado su odio hacia ella, por ser la hija del asesino de sus padres. Un
veneno había sido su final.
Después
de la muerte de Edna, Artemisa se sintió acorralada. Sentía que ella era la
siguiente si no se cuidaba las espaldas. Ya no se trataba simplemente de
cumplir con la misión, sino de sobrevivir. Encontró una planta con una
sustancia mortífera. La remojó en un poco de agua y en una jícara la depositó
en el centro del campamento. Pedro fue el primero en llegar. Su agotamiento y
cansancio no le permitieron ser precavido y se tomó toda la sustancia. Artemisa
quiso evitarlo, pero fue demasiado tarde.
Sin
embargo, Pedro no parecía guardarle rencor. Estaba más contento de haberlos encontrado
más allá de la muerte, que interesado en culpar a alguien por su deceso. Abdiel
lo abrazó, estaba feliz por el encuentro. Habían pasado un par de meses de su
último momento juntos; cuando estaban vivos.
Después
de la petición de Alceo, Abdiel había acudido a Pedro primero que a nadie.
Juntos investigaron a través de los periódicos y notas de internet sobre la
muerte reciente de los dos sujetos. Eran dos pintores reconocidos, con gran
éxito en sus exposiciones y la venta de sus cuadros. Fue un suceso que
conmocionó al medio artístico de una ciudad cercana. Pedro y Abdiel sabían que
no había sido una casualidad.
Una
declaración de uno de sus colegas fue lo que más les llamó la atención. Era un
pintor de mediana edad. Había logrado posicionarse en el medio y obtener cierto
reconocimiento por su arte; sin embargo, nunca logró el éxito de sus colegas
fallecidos. Su nombre era Agustín Soriano. Por instinto, las sospechas
recayeron en él. Buscaron más información en la Internet, hasta que llegaron a
una fotografía que les llamó la atención. Estaba con un hombre al que creyeron
reconocer.
–
Es Don Bernardo – aseguró Pedro.
La
ciudad estaba a unos cuantos kilómetros y tomaron la carretera esa misma
mañana. Llegaron al mediodía al domicilio que se presumía del artista. Las
entradas estaban bloqueadas y rodeadas de la cinta amarilla que utiliza la
policía para las escenas del crimen. Algunos agentes de la seguridad pública
custodiaban el sitio y una ambulancia estaba a la espera de una camilla que
llevaba encima un cuerpo cubierto por una sábana. Era Agustín Soriano, que al
igual que Don Bernardo, se había quitado la vida.
Fue
imposible acceder al sitio. Abdiel y Pedro tuvieron que detenerse en su intento
y caminaron unas cuantas calles. No hablaron por un largo rato. Ambos pensaban
y analizaban lo que había pasado, pero sin compartirlo. Llegaron hasta una
plaza comercial y notaron el alboroto que se armaba frente a una vitrina de una
tienda de electrónicos.
La
noticia más relevante, no era el suicidio de Agustín, sino otras tres muertes
más. Tres futbolistas destacados habían fallecido de la misma manera que los empresarios
y pintores. El virus Ignotum había atacado de nuevo y otro ejecutante del mismo
había surgido.
–
Parece que el móvil del asesino tiene que ver con eliminar a la competencia – reflexionó
Pedro –. Quizá sea el patrón que buscamos.
–
Estoy de acuerdo – comentó Abdiel –. Espero que eso sirva de algo, porque esto
se está poniendo realmente feo.
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