Edna
se había alejado del grupo después de su deceso. Había preferido refugiarse en
una de las casonas abandonadas que conformaban el mundo de los muertos. No
había superado su rencor en contra de Artemisa: ya de por sí la odiaba por lo
que había hecho su padre, Don Bernardo; sin embargo nunca se imaginó que se convertiría
en su asesina.
Su
muerte fue casi instantánea. Sabían desde el principio que sólo uno podría
completar vivo la misión: Ésa fue Artemisa y para lograrlo tuvo que deshacerse
de todos los contrincantes. Edna fue la primera, no estaba de acuerdo con que
Artemisa formara parte del grupo y la enfrentó. Artemisa quiso defenderse y la
aventó a un río. Para su suerte, su cabeza golpeó con una de las piedras del
fondo y no sufrió las consecuencias de un ahogamiento. Su cuerpo fue llevado
por el río, ante la mirada de los demás integrantes del grupo.
–
Lo tenías que hacer – dijo Abdiel a Artemisa –. Eras tú o ella.
Artemisa estaba perturbada, sentía
culpa y temía los reclamos de sus compañeros, pues, aunque ya sabían las reglas
y habían presenciado que sólo se defendió, temía represalias. Edna quiso
eliminarla de la contienda ahogándola y le había salido todo lo contrario.
Sentía las miradas acusadoras de todos, excepto de Abdiel, quien todavía la amaba
a pesar de su acción.
En realidad, la culpa de Artemisa no
se originaba de su reciente asesinato. Venía desde atrás. Todos los días
recordaba lo que le dijo su papá, meses atrás, antes de quitarse la vida: “Todo
esto ha sido mi culpa” y no mintió.
Se hablaba de un virus, que
se transmitía a través de la Internet. Era sólo cuestión de abrir el correo, esperar la hora asignada y todo parecería un ataque al corazón. Se desconocía su origen y su manera específica de
actuar, pero había salido del departamento de informática de la empresa de Don
Bernardo y las víctimas habían resultado sus principales rivales en el mercado.
Era algo extraño y ningún investigador había podido resolver el misterio, pero
era lo único que conectaba a las víctimas. Habían llamado al virus “Ignotum”,
por lo extraño de su origen. Lo peor, es que Don Bernardo no tuvo suficiente
tiempo para dar explicaciones, prefirió morir cuando todo se había ejecutado.
Uno de los hombres fallecidos había
sido Don Antero Gálvez, quien resultaba ser el padre de Edna. Así mismo entre
la lista se encontraba el padre de Abdiel y el padre de cada uno de los otros
tres acompañantes en la aventura que habían emprendido.
Edna culpó desde un principio a Don
Bernardo, no tenía bases ante el extraño suceso, pero sabía de la rivalidad de
aquel empresario con su padre. No entendía, ni podía explicar cómo había
sucedido; pero el repentino suicidio de Don Bernardo la hacía sospechar más y
decidió odiar a Artemisa, quien ya desde antes no le agradaba por pretenciosa.
Para Abdiel había sido diferente.
Habia mantenido una relación con Artemisa y se negaba a la
culpabilidad de Don Bernardo; hasta la noche siguiente de las muertes, cuando
recibió una visita inesperada en su propia habitación. Era un hombre al que
nunca había visto; de extrema altura, piel tan clara casi transparente y unos
penetrantes ojos azules brillosos. Decía llamarse Alceo. En un principio,
Abdiel pensaba que era una alucinación producto del dolor que sentía, pero el
hombre se acercó a él, le tocó el hombro y es cuando lo sintió real.
–
He venido por ti, Abdiel. Necesito tu ayuda – mencionó Alceo –. Las muertes de
tu padre y la de los otros empresarios no ha sido un accidente.
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