viernes, 16 de septiembre de 2016

IGNOTUM (Octava entrega)


            Faltaba poco para su discurso de cierre de campaña. Habían sido dos meses de arduo trabajo, que estaban a punto de cerrar exitosamente según la perspectiva del candidato Marcial Peniche. Por desgracia, las encuestas no le favorecían. En ninguna había resultado el posible ganador, pero estaba seguro de su triunfo, por el as en la manga que se guardaba para el último momento.
            Marcial, hombre de cuarenta y tantos años, estaba cómodamente sentado en el sillón grande de su despacho. Sostenía un cigarro en la mano y encendía uno detrás de otro. No estaba tranquilo. Lo que iba a hacer, no le agradaba del todo, pero había llegado demasiado lejos para detenerse. Después de todo, él fue el principal precursor de la creación del virus Ignotum.
            Fue casi al inicio de la campaña. El desánimo impregnaba en todos los integrantes del partido. Los resultados del primer sondeo eran demasiado bajos. No había esperanza de ganar la elección. Marcial había insistido mucho en su postulación, les prometía el éxito y todos creyeron en él, pero en ese momento se sentían decepcionados.
            Se consideró cambiar de candidato, pero las reglas no lo permitían a esas alturas y menos por las circunstancias que manifestaban: un participante débil y sin posibilidades. Las inversiones fueron retiradas casi en su totalidad y se dieron por vencidos mucho antes de la elección. Excepto Marcial Peniche. No se rindió.
            Sus posibilidades en el mundo natural eran nulas; así que decidió explorar en el mundo sobrenatural: acudió a la magia negra. Había escuchado muchas leyendas de sus abuelos, acerca de los poderes oscuros, para el cuál no había límites, pero si consecuencias. Marcial decidió arriesgarse. Todo antes de perder.
            Acudió a varios brujos y la mayoría se negaba a sus planes. Hasta que encontró a Átalo. Un hechicero poderoso y sin escrúpulos que estaba dispuesto a todo por dinero. Átalo aceptó de inmediato por la cantidad que le ofrecieron e inicio el proceso. El principal ingrediente: la ambición.
            Átalo le explicó que el hechizo de la ambición era muy efectivo, pero para eso se necesitaría del deseo de sobresalir y anteponerse ante sus rivales de cuatro personas. Así que se reunió con Don Bernardo, el empresario, y aceptó el plan. Pronto se unieron Agustín, el pintor, y Santiago, el futbolista. Lo único que no les dijo, es que ellos tres tenían que morir para que el conjuro se cumpliera. El único sobreviviente, al final del proceso, sería Marcial, para convertirse en el gobernador de su Estado.
            Marcial cerró su mente a los recuerdos. El lanzamiento del hechizo había sido impactante para los cuatro, pero había sido efectivo. No quiso vivir de nuevo ese momento y se detuvo en sus pensamientos. Faltaban cinco minutos para su discurso. Sólo tenía que apretar el botón para liberar Ignotum y acabar sus contrincantes. Él no moriría, Átalo se lo había garantizado; sin embargo, el virus quedaría a merced del mundo y no habría poder humano que lo detuviera. Cualquiera que tuviera acceso al archivo, podría usarlo y acabar con sus enemigos.
            Se puso de píe y se acercó a su computadora. Tan sólo tendría que apretar y su oportunidad para convertirse en el ganador de la elección sería un hecho. Sería  imposible que los tres partidos contrincantes se recuperaran después del fallecimiento de sus candidatos. Estaba a punto de hacerlo, cuando fue interrumpido.
– Tiene que detener esto – exigió Abdiel, quien entró intempestivamente en compañía de Artemisa y Pedro.
El asistente de Marcial Peniche entró detrás de los intrusos. Se disculpó con su exigente jefe y explicó que no los pudo detener, esperando el regaño respectivo. No obstante, Marcial lo ignoró y se concentró en sus visitantes inesperados. Sonrío cínicamente y apretó el botón que liberaba el virus Ignotum.

– Demasiado tarde – disfrutó Marcial –. El plan está cumplido.









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