Artemisa se escuchaba muy alterada
al otro lado de la línea. Era difícil entenderle en ese estado; sin embargo,
parecía que una visita inesperada había llegado a su casa. Abdiel y Pedro
decidieron regresar de inmediato. Ya no tenía sentido su estancia en esa ciudad
vecina. Su principal sospechoso, se había quitado la vida de la misma manera
que lo hiciera Don Bernardo.
La misión se había convertido en la búsqueda
del asesino de los futbolistas. Eran las víctimas más recientes del virus
Ignotum y, si tenían suerte, encontrarían con vida al responsable, porque,
según habían notado, el asesino se quitaba la vida después de cumplir con su
mandato. Querían respuestas, no más preguntas.
Artemisa esperaba en la base de las
escaleras que se extendían hasta la puerta principal de su casa. Al ver a
Abdiel bajarse del auto, corrió a sus brazos. Se dejó ir y perderse en él por
unos segundos. Buscaba la paz, pero inútil, paz es lo último que respiraban en
los últimos días.
–
Es Santiago, mi primo –. Exclamó Artemisa – Llegó esta mañana y se ha encerrado
en la biblioteca.
Abdiel
la tomó de las manos suavemente y le prometió que lo resolvería. Se hizo
acompañar de Pedro, quien esperaba pacientemente en el automóvil.
–
Hay algo que deben saber –. Los detuvo Artemisa – Santiago es futbolista.
Abdiel
sintió la presión y el miedo en una mezcla confusa. Mientras corría hacia la
biblioteca descubría en sus pensamientos la respuesta: Santiago era el asesino
y esperaba encontrarlo con vida. Necesitaba explicaciones.
Insistieron
más de una vez, hasta que no les quedó más remedio que tirar la puerta. Ahí
estaba Santiago, un joven apuesto de 25 años, con una carrera prometedora en el
deporte que se había consumido en la ambición. Estaba sentado en la silla
principal con la mirada hacia la chimenea. Con la mano derecha sostenía una
copa con vino y con la izquierda jugaba con la misma pistola con la que Don
Bernardo se había matado.
–
No tienes que hacer esto – aseguró Abdiel.
–
Te equivocas – pronunció Santiago –. Es exactamente lo que tengo que hacer. No tengo
opción.
“Las
cosas no salieron como esperábamos. Parecía algo sencillo. Un pecado que
cualquiera podía cometer, pero sin las consecuencias. Fuimos manipulados,
quizá. Pero, ¿qué se puede esperar de cuatro hombres ambiciosos que desean
eliminar a la competencia? Nos engañaron, porque el último eslabón de la cadena
es el ejecutor. También tiene que morir. No se crean, no soy tan perverso. Al
ver los efectos del virus Ignotum, quise detenerme, pero tampoco pude evitarlo”.
Santiago tomó la pistola con firmeza
y se apuntó a la cabeza. Abdiel quiso acercarse para detenerlo, pero lo amenazó
y tuvo que retroceder. Artemisa intentó persuadirlo e incluso por un momento
mencionó a la policía, pero era inútil detenerlo. Santiago trataba de no
hacerlo, pero su brazo parecía tener voluntad propia y de nuevo se apuntó a la
cabeza.
–
Al menos dinos – suplicó Abdiel – ¿Quién es el cuarto ejecutor?
–
No podrán detenerlo – advirtió Santiago –. Sin embargo se los diré. Se trata de
Marcial Peniche
–
¿El candidato? – intervino Pedro.
–
Es más que un candidato – aseveró Santiago –. Es su futuro gobernador.
Dicho
esto, Santiago disparó el arma.
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Libro Sueños colectivos
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